sábado, 27 de diciembre de 2014

África 815... removiendo las arenas del tiempo

REQUISITO PARA LEER: Mírala. Acá aludo y me expreso sobre toda la trama. Meh... en realidad, eso depende de ti, no es que te vayas a morir ni nada, así que si andas aburridón, dale, pasa (asumo que pelis como estas con DIFÍCILES de encontrar online).


     Hay un encanto siniestro en recordar. Sólo piénsenlo. Volver a épocas donde éramos felices. ¿Es bueno? Si es que en la actualidad somos desdichados, seguro ayudará a que le asignemos un sentido a la vida. Si somos felices ahora y es el pasado un monstruo feroz con el que no debemos cruzarnos jamás, se da una negación, nunca (pienso yo) una aceptación o adaptación total. Es parcial. El ser humano queda marcado y aunque se borre la huella, se crea un espacio indestructible donde antes existía una nada lisa y llana. Bienvenidos a un viaje con lo posible, pero no real; con lo que causa dudas, aunque no por eso dejaremos de hacerlo. Es el pasado, que siempre llevamos al bolsillo, el que nos da la temática de este primer filme. 
     Como esperaba, la selección de Márgenes no me ha decepcionado.


Es difícil trazar una línea recta sin una regla, 
o con una regla deteriorada.

     Soy un cinéfilo porque amo al cine. Y lo afirmo con la misma cándida intensidad con la que experimenté el primer enamoramiento hace mucho ya (¿seis años lo son?). Unos pueden decir que no lo soy, que como dice (decía, esas son secuencias antiguas; ahora [creo] han bajado su nivel) uno de los jubilados del programa vasco Vaya semanita, «aficionao, que eres un aficionao»; como fuere, ello me da igual, yo siento que lo soy. Cuando algo está recorriendo tu mente plácidamente y sin el menor asomo de incomodidad, es que te encanta que lo haga. Es decir, se le permite horadar y perforar y enterrarse en las fibras más íntimas de nuestro yo. Sea una persona, idea o producto (en este caso, las películas), nos ocurre: somos humanos, fatídicos y a veces brillantes. Pilar Monsell teje un homenaje, una reivindicatoria, una fiesta, una conmemoración de justicia, y hace partícipe a través de una cámara a su padre, a su pasado, a sus soledosas desventuras y a sus suspiros, de esta torre sin fin que es el mundo audiovisual. Soy cinéfilo a medias en cuestión de cifras: no me he visto un número sorprendente de pelis, eso denlo por hecho. Por eso respecto a un filme como este, tal vez no dé referencias o referentes, ni haga muchas analogías, que esto no es ni una crítica ni una opinión. Es el resultado del traqueteo de mis dedos a 10 para la 1 de la madrugada de un sábado 27.



En nombre del padre...

Padre e hija, intercambiando pasos dados y pasos por dar.
     El amor de un padre hacia su hija ha sido una idea recurrente en mí para recrear una posible historia llena de clichés sensibleros y versos triviales... cosas que me vienen durante un aburrimiento total. Pero lo que África 815 nos ofrece en poco más de una hora, es un rescate romántico y caballeresco de los años idos de un entonces jovencito que aprendía a ser libre y cuya hija consigue entender. Manuel Miguel Monsell Lobo se llama, y ha sido designado en 1964, a una guarnición militar en el Sahara Occidental. Su número es el 815. Al tiempo, se vuelve médico en las barracas y desde ahí va forjándose un destino en el mundo: ser su propia sombra. En total armonía con los tiempos actuales, cada vez más alejados del oscurantismo del dedo acusador (el que cree tener la razón por sobre el resto), la directora cuenta, en clave minimalsta, los pasos que daba su padre mientras iba tras la felicidad. Se ve el contraste entre lo establecido (la esposa y la hogareña vida en familia) con el deseo de superar las amarras sociales y ser transparente con el corazón. Manuel Monsell lo hace. Es un rebelde, un guerrillero humilde cuya arma ha sido siempre su sonrisa.
Sentencia Mohamed, amigo de Manuel: Todo es como Dios quiere.
     Debo admitir algo desde ya. Soy afín a la temática homosexual. Me resulta poética (y esto, aclaro, ocurre en ciertos casos; no en todos) la imposibilidad de que algo suceda aunque haya deseos buscando lo contrario. En este mundo, y mucho más en mi país, Perú, este asunto se toma con sorna y escarnio simplista. Me parece repudiable, más aún debido a la proliferación de estas actitudes en un, digamos, 90% de la población. Sé que esos pensamientos chabacanos van a perderse, van a morir, y sus gentes insignia, desaparecerán tragados por el empuje de los años. Como todos al final, cierto es, pero sin duda ellos se irán primero. Así pasen dos generaciones más con ideas similares. Menciono esto porque una historia similar en este país hubiera devenido en un tópico detectivesco, de actividades ocultas e ilícitas ante la mirada de los viejos.
     He visto Cruising (1980), My Own Private Idaho (1991) y No se lo digas a nadie (1998) y seguro que (en esa línea) otras pelis más. He leído tres libros de Jaime Bayly. ¿Eso me hace experto en el tema? Para nada, vamos. Dos cosas: el ser humano tiene que ser libre en su actuar siempre que no entrometa a segundos; y número dos, el ser humano no debe arrepentirse. Creo que la falta de voluntad, al margen de que se hubiera podido o no igualmente, es un cáncer moral. Te destruye las ganas, la motivación. Quedas jodido y vuelto un robot. Nadie pide entender el sentido de la vida, si es que tenemos un propósito más allá del afán generalizado de tener un carrazo y una casa en la playa. Sólo queremos sentirnos motivados. Esto lo empezó a perder Manuel. Felizmente para él, según narra la película, no tuvo que soportar la intolerancia de sus semejantes, sino su mala fortuna.
Están los que ven nuestro camino, y los que eligen no verlo.
     Hay soñadores, y hay soñadores. Los hay de cepa dura, y hay los que nunca tocan tierra. Manuel era así. Impregnado en un perfume rosáceo, todo lo veía magnificado con la lupa del sentimiento, y lo veía realizable, hermoso, perfecto... craso error. La vida real es dura, y esto hay quienes lo saben y les da igual. Entercados, siguen soñando, siguen esperando... Suena a rebeldía, ¿no? Por eso digo que él era rebelde, con su propia causa, pero un rebelde fallido. Cuando alguien crece con vacíos y sinsabores, esto se proyecta en su rostro o en su voz. Manuel cuenta que estuvo con varios chicos, pero que se sintió utilizado por ellos. ¿Qué hay que hace para ser tomado, tanto por hombres y mujeres, en serio? Esto es terreno casi paranormal y en él no me meto. No sé ni creo que nadie lo sepa. Si no eres correspondido en estas lides del amor, algo no cuadró, algo no encajó. Es simple. El padre, ya entrado en años y exento de cualquier posibilidad de retomar sus andanzas pasionales, revive junto a su hija, con sus memorias (agrupadas en varios tomos; vemos uno titulado La vida en rosa), esos momentos en que el era el arquitecto de su edificio. Y con estoica actitud, lo vemos hablar con ella, bromear, en tono afable, sin asomos de frustración. No hay recriminaciones de la hija respecto a la madre. Simplemente, se trata de entender a otro ser humano. Y en eso les aseguro que no deben ponerse barreras ni prejuicios. El padre es una figura de melancolía que la hija busca redimir.


Lo que nunca callan las fotos

«Ahmed, yo, tú, Manolo y Lucas: él hubiera sido el padre ideal de mis hijos».
    Esta película, su médula espinal, está basada en una estructura (hoy por hoy) conocida (eso pienso yo). Va así: presente - recuerdo - presente - recuerdo - presente - fantasía - presente. ¿Alguien dijo Memento (2000)? ¿Y saben algo más? Le cae a pelo este modelo. Está es la manera correcta de hacer o abordar la analepsis. La ruptura del presente fílmico queda estupenda, y se muestran pinceladas leves de la vida actual del protagonista. Al final es cuando ocurre la declaración por parte de la directora, en voz y presencia de su padre, de que su pasado es ahora sólo un peinado mal hecho con el que tiene que cargar, pero por el cual no va a arruinarse el día (¿han salido a la calle sin peinarse tras pocos minutos de haberse levantado?). En este sentido, todo es perfectamente entendible.
     Otro detalle que le otorga identidad a este filme, son las fotografías, que le confieren un peso dinámico inmejorable, que ningún video grabado en los sitios que muestran esas imágenes podría superar. A las fotos se les hace paneos y varios movimientos de cámara, que ayudan a otorgarles misterio, pues poco a poco se descubre una foto, y causa la sensación de vida impresa en el papel. La narración no diegética de Pilar Monsell, leyendo a su padre, nos guía con un timbre curioso, agradable, primero una etapa buena para Manuel y luego su época de desamores. Al menos a mí, me engañó aquello. Y es que pensaba que era Pilar la que narraba su historia, que ella era, digámoslo, hombre antes y ahora se había convertido en mujer, porque eso quería. Eso inferí tras ver los primeros veinte minutos un día. Al día siguiente, vi todo de nuevo y esta vez si le cogí el tranquillo. Me agradó esa primer interpretación: me agradó equivocarme. Sé que este caso ha sido algo de cosa mía, pero cuando un filme te confunde (sin quebrar la verosimilitud de su esqueleto) es que ha tenido un éxito arrollador en el tema de su trama. No tengo muchos ejemplos, pero supongo que Lost Highway (1997) es uno bueno. Y eso... las fotos son el alma narrativa aquí. De hecho, las dos ocasiones que echan a correr el carrete de la Super 8, se percibe entre el sonido del proyector y el forma 4:3 tan vintage, que son una sola fotografía en la que pueden abarcarse los distintos rostros de alegría de Manuel, así esté en la Torre Eiffel, o jugando con su pequeña hija de un año en la playa.

El mar, bailando al ritmo de Chopin.
     Hay un momento en que Manuel duerme, ya reunido en casa con su hija, y esta decide develar su sueño. ¿El resultado? The Thief of Bagdad (1940), un filme que no he visto, y que acabo de descubrir gracias a la peli que hoy nos reúne. Es una interpretación esperanzadora la que Pilar elige para ilustrar los sueños de su padre. Sobre todo porque la escena que se muestra, es una donde el protagonista llega a un pueblo misterioso en el desierto, y es nombrado príncipe por un anciano, y este alega ante la sorpresa del recién llegado, «...todo es posible si se mira con ojos de juventud». ¿Se dan cuenta lo preciso que es? Manuel es como ese príncipe, sin duda. En su mente viajó al lugar de esa ficción y fue marcado con esa frase. La juventud estaba dormida dentro de él, y podría despertarla siempre que realmente lo anhelara. Quería vivir a plenitud la vida, porque la amaba, él mismo lo dice. Y le gusta pernoctar, comer y estar en la tierra de la ensoñación. Un par de ocasiones le cuenta a su hija, al inicio y a la mitad de la cinta, que ha tenido sueños. Y sus sueños son todos variados, angustiosos sí, pero con unos argumentos propios de un aventurero. Esta película sigue el modelo al que hice alusión ya de una manera impecable.


El príncipe azul
     Los años me han cambiado. Antes era más tirado a la bobaliconería sentimental, al juego de las sugerencias, del nunca acabar las cosas. Hoy soy más frío  y calculador, detesto que algo se vaya por las ramas cuando antes así lo prefería. Pero me reviso a fondo y caigo en que no he perdido mi yo antiguo del todo, solo que se ha espantado de las cosas. Por eso, está más enterrado en mí, pero no muerto. Manuel en cambio, no enterró nada. Aún con cuatro décadas y tres hijos a cuestas, siguió creyendo en la llegada de su imaginario ser añorado.
«Tengo 49 años y tres hijos y sigo esperando al príncipe azul. Debo cesar en es-
ta búsqueda tan absurda. Pero todo esto me lo decía por las noches, en soledad.
Por la mañana me sentía el hombre más joven del mundo, dispuesto a realizar
nuevas conquistas».
     En las historias ficcionales que he visto respecto a la temática homosexual, si no estoy mal, nunca se han tratado historias felices. Siempre ha sido todo un drama empañado por esa maldita manía humana de juzgar a otro y subyugarlo a sus opiniones. El ser gay es sinónimo de dolores de cabeza, de preocupaciones, de estarse mortificando por lo que dirán los amigos, los padres, o los empleadores. Hace poco vi un filme, Pleasantville (1998). Lo que ocurre ahí es igual al mundo real, y eso que cuando termina la peli uno seguro respira de alivio por no vivir en la represión que tuvieron que pasar ahí sus actuantes... ¿y acá? ¿No pasa lo mismo? En un momento, en el presente, Manuel pone en su tocadiscos una pieza de Chopin (Vals Opus 64 Nº2) interpretada por Arthur Rubinstein. Este momento me evocó la parte de los créditos iniciales en Amélie (2001), la película hipster por excelencia de la década pasada. Sé que difieren bastante, pero las sensaciones se entremezclan. Todo se vuelve azul, y cobran sentido esas tomas donde sale la directora (asumo que es ella) preparando un jugo de naranja, tendiendo la ropa, viendo a su padre pasear en la playa, grabando de manera obsesiva el mar, la inmensidad del mar, anunciando durante esos segundos que su padre tuvo esa amplitud esbelta, bañada por el Sol, cuando la lozanía de su piel frente al espejo era su único motor, que si bien es cierto ignoraba a todos los demás en su egoista pretensión, no esperó a ser rescatado por el gallardo príncipe en lo alto de su castillo (su vida cotidiana).
     Esas tomas eran una pausa, entre recuerdo y recuerdo, una pausa consuetudinaria, que nos exponía el presente sumido en el reposo total. Es lo que dije, la estructura que puse párrafos arriba se ajusta muy bien con esta historia. Ahmed fue la última muestra de este arquetipo salvador, mesiánico, que tanto aguardaba Manuel. He aprendido a detestar prácticamente a las manifestaciones convencionales de cariño que veo (por ejemplo, en Facebook) que se intercala la gente. Porque las veo falsas, poco (realmente poco) profundas y fáciles de quebrarse. O sea, no sólo la procesión va por dentro, sino la fiesta también. Si alguien anda ventilando cosas suyas así por así, sólo por felicidad, pues llámenme amargado o lo que fuere, pero se crea una obligación, una figuración de cadena, de compromiso alejado de la libertad y acercado a la coerción. Coerción implícita, claro, pero hacer partícipe a otros, sumirse en el chismorreo barato y, como ya declaré, el derecho divino de juzgar sin el menor reparo, te hace trivializar lo que debería ser sagrado. No solo hay prótesis de órganos o implantes de silicona, hay relaciones de plástico... ja, freak que soy, se me viene ahorita a la mente el tema final del anime School Days, ese que dice «mentiras de plástico... blablabla... te amo aún». Resumen: aunque me mientas y me hagas deprimirme y casi matarme, te amo aún. Ajá, algo típico del siglo XXI.

«Nada más verle, se despertó en mi corazón un sentimiento de felicidad. Se llamaba Ahmed. Sentí renacer una nueva 
vida. El deseo de conocerle era mi única ilusión. Aquella noche, su imagen permanecía fija en mi mente. Mi espíritu 
quedó prendado del suyo. Mientras fuera capaz de enamorarme debería intentarlo, porque es en el intento donde 
encuentras la felicidad».










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Calificación
     Toca una parte que he aprendido a disfrutar... te da un toque clásico, el emitir un juicio absoluto sobre una creación del intelecto humano. Sobre todo si lo haces sin odios de por medio o cargos de culpabilidad por algún desencuentro que pudiera recordarte la película. Esta es:

16

     Con las pelis de este festival solo quiero hacer lo de arriba: soltar lo que me fluya del coco a los dedos, y poner un puntaje que yo estimo que amerita tal o cual filme. Pero agreguemos algo más, no sé si con otras pelis que llegue a reseñar o sólo con las de este certamen lo haré, el tiempo lo dirá. El agregado es el tema central: Y este es para la ocasión:

Añoranza relegada

     Se me ocurrió poner Melancolía de Ozymandias, un concepto del que había oído antaño y que recordé hace pocas semanas por To Rome with Love (2012), pero eso sólo es aplicable si es que el pasado ha sido glorioso, un súmmun de victorias personales y relacionales (con los que rodean a un individuo... vamos, que ha sido un líder o regente de una nación o imperio). No es el caso. Manuel no tuvo logros ni victorias; sí ambiciones erráticas y fracasos y seguro que lágrimas de amargura. Pero ha sido empeñoso (miren que viajar de cincuentón a seguir tentando...). Se le podría tildar de inmaduro, viejo verde, y cosas así, pero es lo mismo que ya aclaré... qué coño nos importa. El tipo jugó todas sus cartas y, resultado malo o bueno, tiene menos de qué arrepentirse hoy casi en la orilla opuesta de la vida.
     Añorar es recordar, pero con pena. Relegar es dejar de lado algo, ya sea con complacencia o también con pena. En este caso, prima lo segundo. Mezcla ambos términos y tendrás el presente de Manuel. ¿Se puede querer algo y a la vez aceptar que ya ha sido dejado atrás? Esta película es prueba de ello, así como su magnífico final.



Ficha técnica:
     Sé que está en la imagen de arriba, pero igual, al menos en este aspecto seguiré fiel a mi tradición.
  • DIRECCIÓN, GUIÓN, FOTOGRAFÍA Y MONTAJE: Pilar Monsell.
  • TEXTOS Y FOTOGRAFÍAS: Manuel Monsell.
  • PRODUCCIÓN EJECUTIVA:  Rita Dessinger.
  • DISEÑO DE SONIDO: Rafael Álvarez, Jonathan Darch.
  • OPERADORES DE CÁMARA: Clara Sanz, Raúl M. Candela, Pilar Monsell
  • TELECINADO SUPER 8: Raúl M. Candela.
  • SONIDO DIRECTO: Clara Sanz, Pilar Monsell.
  • POSPRODUCCIÓN DE IMAGEN: Federico Delpero.
  • MEZCLAS: Sonometraje.
  • GRÁFICA: Cristina Ultreia.
  • LANZAMIENTO: 2014.
  • PAÍS: España
  • LENGUAJE: Español.
  • GÉNERO: Documental, drama.
  • DURACIÓN: 66 minutos.
  • SITIO FACEBOOK: https://www.facebook.com/africa815?fref=ts
  • ARGUMENTO: El 5 de marzo de 1964, Manuel Monsell se enlista en El Aiún bajo el rótulo 815. Alejado por voluntad propia de su hogar en Madrid, empieza a convivir con una nueva libertad: puede conocer a la gente que quiera, ser como quiere y sobre todo, no ser juzgado por ello. Es en estos años donde aprende a definirse a sí mismo, y luego, al poder volver, intenta conciliar su deseo de ser padre y tener una familia con la posibilidad de satisfacer su amor puro por los hombres. Empujado por la vida, se casa y se convierte en padre. Preso aún de sus ansias por no desterrar sus verdaderos afectos, intenta y persiste en completar parte de su rompecabezas interior viajando y probando suerte, confiado en hallar a aquel hombre que perfile sus vacíos y les dé forma. Prueba decepciones, farsas y desalientos, que lo sumen en un pesimismo total. A la luz de los años, su hija, Pilar, acude a él y profundiza el mundo de desdichas que le tocó a vivir a su progenitor, y le demuestra, a través de esta película, que él ya escribió ese final feliz que tanto anhelaba.




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